sábado, 28 de febrero de 2009

BAJO EL NOGAL DEL RINCÓN

En este lugar, bajo el nogal del rincón en la Iglesia de Alins de Valferrera (Lérida), hay una fosa común en la que están enterrados cuatro guerrilleros. Uno de ellos es JOAQUÍN SUÁREZ LEÓN, tenía dieciocho años. Murió el 20 de octubre de 1944.
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Eran las seis de la madrugada y no habían podido dormir. Cantaron la Internacional y fue entonces cuando comprendieron que eran comunistas. La noche antes les habían repartido armas nuevas, municiones y medicamentos. Habían llegado en camiones desde Espéraza (Aude) hasta aquel viejo albergue de Hospitalet-près-Andorra la tarde antes. No les habían dicho adonde les llevaban; sólo que los cambiaban de destino. A su llegada fueron arengados y se les comunicó la misión: la invasión de España. Luego fueron a dormir pero nadie pudo hacerlo. Con cincuenta kilos de peso a sus espaldas se dispusieron a atravesar los Pirineos, les esperaban catorce horas de marcha. La consigna era tirar lo que fuera si no podían con el peso, la comida, la ropa, etc., pero ni una sola bala; en absoluto la munición. El cansancio hizo pronto mella en ellos, el calor era agobiante y el peso insoportable. A las dos horas, aquella columna de ciento sesenta guerrilleros, hizo la primera parada.
(continuará)

jueves, 26 de febrero de 2009

LA LEVA


Estación de Villanueva de la Serena (Badajoz). Fue allí donde JOAQUIN SUÁREZ LEÓN, sería despedido por su madre JOAQUINA LEÓN DÍAZ. Nunca volvería a verlo.
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El 4 de julio de 1943 salía de la estación de Badajoz un tren especial con cerca de trecientos trabajadores reclutados unos meses antes en todas las comarcas, también en los pueblos de la Serena. Badajoz padecía unas altísimas tasas de paro en aquellas fechas, y Hitler necesitaba mano de obra para sus industrias y sus minas en Alemania. La propaganda oficial lanzada por la Falange y los Sindicatos oficiales aseguraban a estos trabajadores que iban a aprender un oficio y a servir al Reich, convertido por el régimen nazi en un verdadero paraíso para los obreros. Algunos así lo creyeron, pero otros muchos simplemente fingieron creerlo. Su problema era cómo sobrevivir en aquella situación de la postguerra.
Las necesidades de mano de obra que Hitler tenía era cada vez más acuciante para sus industrias. Con el frente ruso abierto, varios países ocupados y el frente aliado a punto de iniciarse, sus hombres, sus mejores hombres, estaban en los frentes o muertos y heridos. Sus planes de construcción de armamento necesitaba de mucha mano obra. Obreros búlgaros, rumanos, polacos y las famosas levas de mano de obra dictadas por Pierre Laval en la Francia de Vichy, fueron captados y movilizados hacia las fábricas de aviones, armas y tanques. Una de esas fábricas era la SPANDAUER STHALINDUSTRIE, en SPANDAU, junto a Berlín. Todo se hizo a través de un acuerdo entre los gobiernos de Hitler y de Franco, para lo que fue creada una Comisión Interministerial para la tutela de los trabajadores en Alemania (C.I.P.E.T.A.).
La expedición que salió de la estación madrileña de Norte el 5 de julio de 1943 era la U. Salieron rumbo a Berlín en aquella expedición dos muchachos de casi la misma edad: CÉSAR RODRÍGUEZ y JOAQUÍN SUÁREZ, dieciocho y dicesiete años respectivamente. César vivía en Madrid y Joaquín venía de Villanueva de la Serena. Ambos se conocerían después y vivirían una dramática peripecia que, muchos años años después, César escribió en sus cuadernos y aquí se cuenta.

martes, 24 de febrero de 2009


El abuelo y la primera dotación del acorazado C. Colón en 1897. Es el primero de la fila de pie empezando por la izquierda.
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Se llamaba César Rodríguez Bárcena y era Teniente de Navío cuando fue a Génova (Italia) a recoger este acorazado en el año 1897. Formaba parte de la Comisión de Recepción, de la que era su Secretario. Aquí se le ve unos meses antes de partir para la batalla de Santiago de Cuba sucedida el 3 de julio de 1898. La Escuadra fue hundida por los americanos, y este barco, el mejor y más moderno, tampoco pudo escapar al bloqueo. Pero, sorpredentemente, César Rodríguez Bárcena no viajó aunque formaba parte de la dotación. Según parece había seducido a la mujer del Embajador italiano en España y fue desafiado a duelo. El abuelo de César mató al Embajador fue sometido a un Consejo de Guerra por ello. Este percance le salvó de morir probablemente en Santiago, como le sucedió a su hermano Eugenio en el "Oquendo". Ya puede apreciarse que César sentía dos llamadas: la del mar y el espíritu de aventura. Y las dos las ejerció al límite y en las situaciones más conflictivas. Salió con bien de todas ellas, aunque dejó no pocos amigos en el camino. Uno de ellos era JOAQUÍN SUÁREZ LEÓN, tenía dieciocho años cuando murió y era de Villanueva de la Serena (Badajoz). César se propone cumplir la promesa que le hizo a su amigo hace más de sesenta y cuatro años.

domingo, 22 de febrero de 2009

LA PROMESA

Almuñécar (Granada), primavera de 2007. El autor del blog con César Rodríguez en el palacete de La Najarra
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Había conocido a César el año anterior en Madrid. Acababa de llegar de Venezuela con su esposa después de más de cincuenta años de emigrado en aquel país que lo acogió con todo cariño. Paseábamos por la proximidad de lo que hoy es el Parque del Oeste y la plaza del Templo de Debod, en la explanada de lo que en 1936 era el Cuartel de la Montaña. En los días siguientes al 18 de julio de aquel aciago año, algunos oficiales seguidores de Franco se sublevaron y, encerrados en aquel inmenso cuartel, fueron reducidos tras unas horas de asedio y no pocos muertos. La acción militar de soldados fieles a la república estuvo acompañada por la ayuda voluntariosa de milicianos y una muchedumbre expectante, curiosa y temerosa. César estuvo allí, entre aquella muchedumbre. Apostados entre la calle Bailén, Ferráz o Infanta María Luisa, pudo ver con le mirada atónita pero curiosa de una chaval de trece años, la estampa más descarnada de lo que luego sería una tragedia vivida por él mismo y su familia. Había comenzado la Guerra Civil y Madrid aún no sabía que se disponía a vivir un asedio y mucho sufrimiento. La suya, su peripecia y la de su familia, fue una más de las muchas que tuvieron que padecer muchos españoles entonces, enfrentados en bandos políticos irreconciliables, dispuestos a aniquilarse el uno al otro.
Todas las dramáticas vivencias de César las fue guardando en su prodigiosa memoria, y, muchos años después, empezó a escribirlas en unos modestos cuadernos con la única pretensión de dejar constancia de sus recuerdos a los suyos quienes, de todas formas, ya le habían escuchado muchas veces contar sus historias. Los mismos recuerdos que a mi me fue contando, saltando de un suceso a otro, pero hilvanando siempre su relato con sentido y oportunidad. Me impresionó lo que me contaba, teniendo la oportunidad de comprender la dureza que aquellos negros años de preguerra, guerra y posguerra, que tuvo que padecer tanta gente normal y corriente, protagonista a su pesar de dramas que, vistos hoy con desapasionada lejanía, hay que convenir que sobrevivir en todas aquellas circunstancias fue toda una hazaña. Leí sus cuadernos y me propuse escribir su historia; sus historias mejor, porque son muchas y muy interesantes todas. Una de ellas es esta: la promesa. Una promesa hecha a un amigo unas horas antes de su muerte y que nunca pudo cumplir. La historia es esta.