BERLÍN 1944: el infierno
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Los bombardeos aliados se sucedían día tras día y noche tras noche. A principios de marzo fueron especialmente duros. Los americanos de día y los ingleses en la noche. La fisonomía de la ciudad cambiaba tras cada incursión. Allí donde el día antes había una calle bien trazada de edificios señoriales, al siguiente aparecía llena de ruinas, socavones y cascotes. Los alemanes soportaban estoicamente esta situación. Bajaban a los refugios del metro y allí prácticamente dormían. El cielo se cubría de furia y el ruido de las sirenas, los reflectores y los antiaéreos llenaban de estruendo y fuego todo el horizonte. La ciudad entera era una tea. Cayeron bombas sobre el lager y pronto les obligaron a hacer refugios en el patio. Una zanja de apenas dos metros cubiertas por planchas de cemento que más bien parecían ser fosas. Entonces decidieron que había llegado el momento de escapar. No tardaron mucho en decidirlo. Un grupo de cinco salieron del lager aprovechando el desconcierto de los bombardeos. No sabían hacia donde ir; sólo deseaban alejarse de aquel infierno de metralla y desolación. César cogió su concertina al hombro y Joaquín, el más joven de todos, les siguió también. Habían decidido volver a España; a su ciudad o su pueblo. Con su familia. Poco podían sospechar lo que les esperaba.
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